Turno de noche: Nano4814 | Delimbo Madrid

17 Febrero - 1 Abril 2018
Fotos de sala
Resumen

Intentar atravesar cualquiera de las obras de Nano 4814 (Vigo, 1978) implica adoptar la forma de un agujero: un espacio que aparece ante nosotros de manera lacónica y nos arrastra al regocijo de la sinestesia sabiendo que alguno de nuestros órganos sensoriales puede sufrir fracturas, transmutaciones o algún tipo de estropicio silencioso. Una vez dentro, seducidos por el recorrido de sus diáfanas trampas, aparece una suerte de destellos cargados de una cotidianidad que creemos digerir día a día, pero que, sin duda alguna, nos replantearemos a la salida.

 

Estos destellos mutan súbitamente en un escuadrón de espectros perdonavidas que nos ofrecen un menú de experiencias: conocer el olor de un hueso roto, escuchar el estallido de una pila de globos de cemento, o besar la hoja de una navaja tan afilada como el arcoíris.

 

Todo se diluye tras este lapso: el equilibrio se transforma en gas; los esqueletos, en paredes; y los colores, en fatalidades; como bien describía Berger en su libro Algunos pasos hacia una pequeña teoría de lo visible: «Cuando un color adquiere sustancia y se convierte en una cosa, deja de ser un color. Pierde su inocencia, y describirlo ya no es tan sencillo; adquiere el peso de lo irremediable, aunque sea llamado azul cielo. El azul deja de ser un color que has elegido y se convierte en una fatalidad. Una fatalidad de la que no hay manera de zafarse».

 

Podríamos decir que ese «constante intento de escabullirse» articula toda la obra del artista gallego; son esas estrategias de escape las que conforman un vasto imaginario que se pliega sobre sí mismo, a base de capas oscuras y trágicas, pero que han sido tejidas con hilos luminosamente ácidos. Al hablar de estas capas, me viene a la memoria una cita de Eva Fernández del Campo con la que abre su ensayo La infancia como patria: «Todos hemos sido niños enfermos, y seguramente por haber estado sumergidos en las infinitas dobleces de sábanas, mantas y colchas, podemos luego, de adultos, explorar estremecidos el intrincado sistema de dobleces en que la pintura consiste». Curiosamente, de esta cita también emerge otro de los pilares de la obra del artista: el juego. La importancia del homo ludens se manifiesta, en su caso, como una explosiva reivindicación de las travesuras de un niño, eso sí, con todas las responsabilidades encima del tablero, a la vista de los adultos.

 

En la presente exposición, titulada TURNO DE NOCHE, el artista plantea varios zigzags entre pinturas bidimensionales, su contexto espacial, y una serie de instalaciones poderosamente vinculadas a lo lúdico; siempre enraizadas en conceptos cercanos al desequilibrio, la desfiguración o el disimulo.

 

Por un lado, sus cuadros mantienen el rigor plástico de un tenso objeto pintado. Como un relicario del duecento italiano: su bidimensionalidad sigue virgen y terca. No hay cabida para las fugas ópticas, sólo para las alegóricas. Estas pinturas podrían parecer ventanas a un mundo oculto, pero más bien son un mapa para poder recorrer, e incluso habitar, una alucinación.

 

A pesar de ello, es importante también entender que en Nano 4814, como en todo buen flâneur de la urbe, el espacio tridimensional juega un partido decisivo, sin este hábitat ninguna de las piezas del puzle puede convertirse en signo.

 

Para poder remar medianamente cómodos en estos zigzags, cabría enfrentarse a su serie Aberraciones, compuesta por varios «espejos deformantes», propios de las atracciones de feria populares, donde la imagen del espectador se altera en función de su pose. A estos espejos, ya de base alterados en su forma y su función, el artista añade otro nivel de lectura superponiendo sobre nosotros fragmentos de vallas de alambre negro o rastros de pintura limpiada a medias (con un paño que no pudo borrarlo todo). También, sobre nuestro reflejo, borbotean trozos de fémures volando, o puñados de confeti en suspensión.…

 

Sabemos que la fiesta en el agujero ha comenzado, pero desconocemos cuál de los elementos, que ahora tachan nuestra anómala imagen, simboliza el brindis inicial.

Texto por Daniel Muñoz